Sunday, September 29, 2013

Estimada Sra. Navarro,

hace mucho tiempo que no me dirijo a un escritor vivo. Concretamente desde noviembre del año pasado. Casualidades de la vida.
Hoy le escribo de mala manera, insertando algunas líneas entre otras ya redactadas hace semanas cuando terminé su libro Dime quién soy. Digo "terminé" (acabé, agoté, finiquité) y digo bien porque este libro que tengo ante mí, que abro y cierro para que los recuerdos salgan de sus páginas y atraparlos mientras le escribo, me ha parecido un... ¿Cómo decirlo sin ofenderla? Umm... Un auténtico desastre. Y me quedo corta (y me corto).
Parto de la base -y usted lo verá bien- de mi desconocimiento literario. Sólo cuento con mi opinión crítica, con mi gusto particular. Su libro fue un "biblium interruptus", un corta rollos que aprovechó la ocasión de mi desenganche temporal con Veinte mil leguas de viaje submarino. Lo cogí con ganas y sin ganas a la vez. "Con", porque me habían hablado maravillas de él; "con", porque me prometieron sufrimiento con final feliz del tipo de El jinete de bronce; "con", porque fue un préstamo y siempre me hace ilusión que alguien deposite en mí su confianza pensando que soy capaz de devolverle un libro sano y salvo (pese al kilo de arena añadida), además de suponer un reto y una alegría interior porque alguien ha creído que ese libro podría gustarme.
Pero "sin", como le digo, porque su libro venía a entrometerse en la cola de todos los que tengo pendientes. 
¿Qué me ha desagradado sobremanera? Fundamentalmente tres cosas: 
- La primera, el tono repetitivo de la propia estructura de la novela. ¿No se dio usted cuenta de que nos íbamos a aburrir hasta el exceso? Las Garayoas le dicen a Guillermo con quien debe entrevistarse. Éste va (viajando de punta a punta), se presenta, supera las reticencias, les comenta en qué punto de la investigación se encuentra, escucha un relato en primera persona del presente de indicativo (demasiado literal para ser un recuerdo), se queda sorprendido, mendiga más información, se la niegan y... vuelta a empezar. Guillermo y sus entrevistas como eje conductor de la historia y de la novela no me han gustado nada. 
- Lo segundo, Amelia y su "etéreidad", su candidez, su inocencia, su valor, su resistencia, su don de lenguas... alguien tan perfecto que no es creíble. Incluso molesta. Ha querido usted agrupar en una sola persona todos los sufrimientos posibles de buena parte del siglo XX. Demasiado.
- Y la tercera, su afán por construir un coro de personajes para todos los gustos políticos, ideológicos y culturales. Esta tendencia, que veo cada vez más en novelas actuales de su tipo, quiere representar personajes con pensamientos políticos contrarios en una misma familia (¡pero cuidado, nunca extremismos!) que conviven juntos sin el mayor problema. Me parece que usted ha hecho lo que algunos escritores dicen pretender: presentar un abanico de personajes para que cada cual escoja el que más le guste. Elijo todas las teorías. Para mi no hay buenos ni malos... y, en el fondo, no me mojo (en ningún charco).
Es una pena pensar que he perdido un poco el tiempo con su libro. 
Siento el tono de mi misiva pero pese a todo, y como siempre, le doy las gracias.

Querido Jack-Jack-Jack...

Sunday, April 07, 2013

Carta póstuma al Sr. Alexandre Dumas:

- Pero vos no sois de los nuestros - replicó Porthos.
- Es verdad - repuso d'Artagnan -; no tengo el uniforme, pero tengo el corazón de mosquetero. Sí, mi corazón es de mosquetero, y eso me infunde valor.

Querido Sr.,
cierro los ojos (casi mientras escribo) y pienso en sus personajes, tan reales para mí. Pienso en la presentación de cada uno, en cómo entran en la historia, en cómo usted los introduce. Pienso en los ratos que he vivido con ellos. Pienso en por qué he esperado tanto tiempo para leer su libro. En dónde he estado y qué he hecho con mi vida hasta aproximadamente ese mes de enero de 2013 en que decidí abandonar la versión electrónica en el lector que me había prestado la Biblioteca pública y lanzarme al papel de Los tres mosqueteros.
Pienso en Athos, como siempre...
Athos, capítulo aparte, ese núcleo central en torno al que gira su libro. Después de mis conversaciones sobre su obra, ya venía sobre aviso y con bastantes prejuicios, aunque fuesen positivos, sobre Athos - el que no tiene nombre de persona sino de montaña -, punto de encuentro y equilibrio de toda la historia y todos los personajes. 
De todos sus amigos, Athos era el de más edad y, por consiguiente, el que en apariencia debía diferenciarse más en gustos y en genio; y, sin embargo, sentía por él marcada predilección. El aire noble y distinguido de Athos; aquellas ráfagas de grandeza que brillaban de vez en cuando en la oscuridad a que voluntariamente se había reducido; aquella inalterable igualdad de carácter que hacía de él el compañero más tratable del mundo; aquella alegría aparente y mordaz; aquel valor que pudiera calificarse de ciego, a no ser el resultado de la mayor sangre fría; tantas cualidades inspiraban a d'Artagnan un sentimiento más elevado que el de la estimación y el de la amistad: la admiración.
No quiero hablarle de otra cosa (lo demás serán sólo "Pequeñeces, ¡ésas son no más que pequeñeces!", como la expresión favorita de Athos). Yo quiero ser como el conde de la Fère, tener una dejadez y una tranquilidad tal que deje pasar los 15 días que me resten para conseguir mi equipo de campaña porque será el Destino el que me lo proporcione y, si éste no me lo otorga, en vez de pegarme un tiro (algo contrario a mi Fe), liaré una bronca tal con todos los que encuentre hasta que alguno de ellos me de muerte.
- Polvo soy al polvo vuelvo. La vida está llena de humillaciones y dolores - prosiguió en tono cada vez más sombrío -: todos los hilos que la unen a la felicidad se van rompiendo sucesivamente en las manos del hombre, sobre todo los hilos de oro. ¡Oh, querido d'Artagnan! - continuó Aramis, tomando un ligero acento de amargura -. Creedme; ocultad vuestras llagas cuando las tengáis, pues el silencio es la última felicidad para los desgraciados; guardaos de confiar vuestros pesares a nadie; los que nos oyen se alimentan de nuestras lágrimas, como las moscas de la sangre de un animal herido.
Quedo sorprendida de la capacidad de d'Artagnan para batirse en duelo a la más mínima e insignificante oportunidad. En sus Tres mosqueteros, los hombres caen heridos o muertos como moscas. La misma habilidad tiene el gascón para enamorarse de cualquier mujer y amar a cada una con una parte de su cuerpo... (a madame Bonacieux con el corazón y a Milady con la cabeza). 
Unas mujeres que, como Milady, pese a tener tan solo "veintitantos" años, han tenido tiempo para acumular muchas experiencias y, sobre todo, mucha mucha maldad. Al fin y al cabo, como diría UNO, para ser malandrinas.
- ¿A quién buscáis? - exclamó.
- Buscamos - dijo Athos - a Ana de Breuil, que se tituló en un tiempo condesa de la Fère y después lady Winter, baronesa de Sheffield.
Esa mujer, Milady, capaz de entrar en las mentes de otros, de transformar sus pensamientos, de jugar con su imagen, de lanzar miradas de la mayor inocencia hallada en el mundo y de soltar llamaradas por sus ojos. Capaz de volverse loca y dejarse llevar por la ira. Capaz de pasar por encima de todos, sobre todo de los buenos. Capaz de apoyarse en otros para lanzarse, aunque los de abajo acaben aplastados. Capaz de engatusar a d'Artagnan, un pobre infeliz, inocente y engreído... pero lo peor, ¡lo peor de todo! Capaz de enamorar a Athos, que descubrió tarde una flor de lis en un hombro desnudo. 
Y vuelvo, porque yo quiero ser como Athos, que era optimista cuando se trataba de cosas, y pesimista cuando de personas. Que era enigmático, que se refugiaba en el silencio y en la bebida, que hablaba a su criado Grimaud con gestos, sin necesidad de derrochar palabras, de decir nada que no merezca ser dicho al aire. Que es fuente de consejo para todos, que siempre tiene su casa abierta para los demás. Que es respetado en su serenidad y en su fuerza. 
Cuando D'Artagnan llora sobre el cuerpo de madame Bonacieux, dice Athos:
- Amigo, sé hombre. Las mujeres lloran a los muertos; los hombres, las vengan.
Pienso en Athos, como siempre...

En el Athos que ha pasado fugazmente por mi vida. En aquel que me llevó a quitarle el polvo a este libro viejo de corte dorado. 
¡Hola, hola d'Artagnan! ¡Jura como tus hermanos! Devuelve a Athos los favores que te ha regalado. 
- Y ahora, caballeros - dijo d'Artagnan, sin tomarse la pena de explicar a Porthos su conducta -, todos para uno y uno para todos; ésta será nuestra divisa, ¿no es así?
- Sin embargo...- repuso Porthos.
- Extiende esa mano y jura - interrumpieron a la vez Athos y Aramis.
Dominado por el ejemplo, aunque refunfuñando, Porthos extendió la mano y los cuatro amigos repitieron a una la fórmula dictada por d'Artagnan:
- ¡Todos para uno y uno para todos!
Y usted, Dumas, que tuvo una vida apasionante. Usted, cuya misión en ella le fue manifestada después de ver una adaptación de Hamlet. Usted, que supo entonces lo que quería, que meditaba en los bosques, que gozaba, que amaba. Que a los 27 años triunfó con una obra que escribió en 2 meses. Que no tenía tiempo que perder...
... Devuelva el libro que se llevó en préstamo de la Biblioteca de Marsella. 
Suya, también Siempre. 

P. D. a los ajenos: En este blog con tan pocas visitas, una entrada con 233 visualizaciones extraña un poco. Sorprende y también avergüenza, porque creo que es el post más ininteligible que he escrito nunca. Por eso he revisado Carta póstuma a la Sra. Jean Rhys. Brindo, con vino de Burdeos, como Athos, por la nueva redacción!

Friday, February 01, 2013

Carta póstuma a Jack Kerouac:

Sí, tú y yo, Jack... Recorreríamos el mundo entero con un coche como éste, porque la carretera, al final, tendría que dar la vuelta al mundo. ¿Adónde iba a ir si no? ¿No es eso?

Querido Jack,
Comienzo a escribirte en el autobús, en una de las esquinas donde inconscientemente suelo sentarme y donde, conscientemente, he leído probablemente el 80 o el 75% de tu libro, de tu obra maestra En la carretera. Esta ha sido mi forma - mi triste manera - de sentirme en el camino, de sentirme vagabunda, ser errante, desposeída de todo, llevada por alguien, sin destino, sólo por el hecho de ir, de trasladarme, de moverme. Sólo por el hecho de estar en la carretera... La pureza de moverse y de llegar a algún sitio, no importaba adónde, tan rápido como fuera posible y con el máximo entusiasmo y la máxima comprensión de cuantas cosas nos topáramos.

***

Han pasado algunos meses desde que acabé de leer tu libro y empecé a escribirte las líneas anteriores. Llegué a él a través de una noticia en la web de la British Library sobre la exposición del rollo original. ¡Todavía me quedan tantas cosas por saber del libro y de cómo lo escribiste! ¡Todavía me quedan tantas preguntas! Lo leería otra vez para volver a subrayar más cosas de las que ya he hecho. 
Me ha encantado la historia, contada por ti en primera persona. He mirado tus fotos y he imaginado cómo eras. Te veo sentado en un sillón, con tu pelo despeinado, leyendo, fumando, mirando al infinito. Detrás está tu madre a la que quisiste reunir contigo para vivir en familia. (Me gusta cuando dices: creo en un buen hogar, en una forma de vida cuerda y sana, en la buena comida... Y al final: de repente, se te dejaba sin nada en las manos salvo un puñado de locas estrellas). Te veo tras los conspiradores mesiánicos Neal y Allen, dándoles patadas a las latas y siguiéndoles de lejos, con tu silencio y tus respuestas cortas, pero es ahí cuando dices eso de que la única gente que me interesa es la que está loca, la que está loca por vivir, por hablar, ávida de todas las cosas a un tiempo, la gente que jamás bosteza o dice un lugar común..., sino que arde, arde, arde como candelas romanas en medio de la noche. [P. D. a los ajenos: De la fantástica edición de Anagrama que he leído, comprado y regalado a la Biblioteca para quedarme (sin que ellos supieran la verdadera razón) con el manoseado por no sé cuántos lectores previos y que considero ya tan parte de mí como si lo hubiera sido siempre.]

No te pienso valiente pero debiste serlo para arrastrarte con estos locos por la carretera. Cómo te envidio Kerouac por las oportunidades que te presentó la vida y cómo supiste aprovecharlas. Fuiste, cómo decirlo, sencillo. Dejaste que la vida te llevara, acomodándote al transcurrir, caminando despacio, tranquilo, firmemente. Sin más. Bendita vida. Benditas razones para vivir. Tú y Neal fuísteis genuinos, originales. Nosotros ya os hemos leído y sólo nos queda imitaros, repetir unos estereotipos de vagamundos falsos en nuestra sociedad. Comprarnos una armónica y perderla. Vosotros no imitábais a nadie. En ningún momento mencionas que emulábais a otros pese a que la carretera estaba llena de gente como vosotros. En 1949 Jack, ¡tenías 27 años! No conviene mirar atrás, Jack, pero... ¡qué de tiempo perdido!
He leído tu libro con otro Gran Jack al que escribiré a continuación y que echo mucho de menos. Yo no soy Cassady, Kerouac, pero me imaginaba siéndolo con él. Me imaginaba que tenía la misma relación con él que Neal con Allen, esa mística conexión, embarcados en algo tremendo, tratando de comunicarnos con absoluta sinceridad y absoluta totalidad lo que tenemos en la cabeza (...), sentados en la cama, con las piernas cruzadas, frente a frente, infundiéndonos ánimos, diciéndonos uno a otro: ¡puedes ser lo más grande, lo que quieras ser! Una comunicación de corazón a corazón, un acto organizado, una celebración, al que tu asistías desde un rincón, empezando con pensamientos abstractos, comunicándose sin hablar, con la mirada, con vaguedades, en abstracto.

Hay varios pasajes de la novela que me gustan mucho y creo que todos se concentran al final:

El primero que te cuento es ese en el que en un viaje en autobús a Detroit conociste a una joven campesina sentada a la sombra de un porche mientras querías llevar la conversación a tu terreno. La chica no daba para más. Era obtusa. Su mirada apesadumbrada se remontaba a la tristeza de generaciones por no haber hecho lo que la vida había pedido hacer a gritos... Pero ella no sabía lo que quería. Estaba perdida y nadie podría explicarle jamás qué es vivir.
Me gusta ese otro en el que, al final del LIBRO TRES, te despediste de Neal y él te habla diciéndote que, entre paréntesis, le ha asaltado un nuevo pensamiento, y os dejásteis en Long Island, y os dísteis la mano y acordásteis ser amigos para siempre.
Y aquel en el que te veo, llegando en Manhattan a la calle del apartamento donde tus amigos celebraban una fiesta y al gritar hacia la ventana, se asoma una chica preciosa que te dice: -¿Sí? ¿Quién es? A lo que tú respondiste: -Jack Kerouac -dije yo, y oí cómo mi nombre resonaba en la calle vacía y triste. -Sube -dijo la chica-. Estoy haciendo chocolate. 
Pero mi favorito es ese en el que cuentas la noche que pasaste con Neal en un cine de sesión nocturna continua de Skid Row, cómo el cine estaba lleno de "desechos" de la sociedad (tú dices la hez), gente sin nada que hacer, ningún sitio adonde ir, nadie en quien creer, cómo vísteis-oísteis-dormísteis-soñásteis las mismas dos películas media docena de veces en una espiral fílmica infernal, cómo a la mañana siguiente los empleados del cine os barrieron de la sala empujándoos a vosotros junto con toda la mierda acumulada y cómo dices que si te hubieran llevado en aquel montón de porquería Neal no te habría vuelto a ver en la vida. 

Empapelaría mis espacios con frases de En la carretera (probablemente este blog acabe denunciado por todas estas líneas copiadas):
Nos quedamos en silencio, como solíamos hacer después de haberlo hablado ya todo.

Y en la noche olorosa de Denver recorrimos las calles destartaladas aledañas al cruce de Welton con la Diecisiete. El aire era tan suave, las estrellas tan hermosas y la promesa de cada callejuela empedrada tan grande que pensé que estaba viviendo un sueño.

...y jamás pensó realmente que yo valiera gran cosa. Era precisamente lo que quería que él y el mundo pensaran de mi persona. Así me sería posible entrar subrepticiamente en las cosas, si es lo que se pedía de mí, y salir del mismo modo. Y eso es lo que hacía.

El viaje a Texas les llevó días y noches, y en todo ese tiempo apenas durmieron y hablaron continuamente. Nada quedó sin debatir, nada quedó sin resolver. En al autopista, al pasar junto a los peñascos de Raton, a los pastos ventosos de la lengua de tierra de Amarillo, en el corazón frondoso de Texas..., hablaron y hablaron, hasta que al llegar a Waverly, y luego casi a Houston, donde vivía Bill Borroughs, habían llegado a tantas decisiones vitales que se arrodillaron en la oscuridad de la carretera, mirándose cara a cara, e hicieron votos de amistad y amor eternos. Allen Ginsberg bendijo a Neal; Neal aceptó la bendición. Se arrodillaron y salmodiaron hasta que les dolieron las rodillas. 

Refiriéndote a Henri Cru: No es que no me perdonara nunca el haberle quitado a su chica, sino que -muy al contrario- ello resultó una suerte de vínculo que nos unía; fue un amigo leal desde el primer día, alguien que me tenía verdadero afecto (quién sabía por qué).

Era hora ya de perseguir mi luna.

Detrás de mí, nada; delante, todo, como acontece siempre en la carretera. 

Sentí la llamada de mi propia vida pidiéndome que regresara.

Tras una docena de pasos, nos volvimos (porque el amor es un duelo) y nos miramos por última vez. 

-Quiero casarme -les dije-. Para apaciguar mi alma con ella hasta que los dos nos hagamos viejos. Esto no puede seguir siempre así... Todo este frenesí, todo este deambular de un sitio a otro. Tenemos que ir a alguna parte, encontrar algo...

No había ninguna claridad en lo que decía, pero lo que quería decir resultaba -de alguna manera- puro y nítido. Utilizaba mucho la palabra "puro". Nunca se me había pasado por la cabeza que Neal se fuera a convertir en un místico. Eran los primeros días del misticismo que habría de llevarle a la santidad extraña y harapienta de W.C. Fields de sus años posteriores.

Empezaba a acudir a mí en busca de consejo; ni siquiera Neal le bastaba.
-¿Qué piensas hacer contigo mismo, Al? -le pregunté.
-No lo sé -dijo él-. Ir tirando. Me gusta la vida -dijo, repitiendo el pensamiento de Neal.

Como es natural, hoy, cuando miro atrás y pienso en ello, aquel algo no era más que la muerte: la muerte nos alcanzaría antes de llegar al cielo. Aquello que anhelamos en nuestros días de este mundo, lo que nos hace suspirar y gemir y soportar todo tipo de dulces náuseas, es la rememoración de una dicha perdida que probablemente experimentemos en el seno materno, y que únicamente puede reproducirse -aunque odiemos admitirlo- en la muerte. Pero, ¿quién quiere morir?

... además, Pauline jamás llegaría a comprenderme, pues me gustan demasiadas cosas y me sumo en la confusión y me atasco cuando corro de una cosa a otra y al final acabo hundido. Ésa es la noche; y eso es lo que la noche te hace. No tengo nada que ofrecer a nadie más que mi propia confusión. 

Refiriéndote a Burroughs: Me limitaré a decir que era un maestro, y que tenía todo el derecho a enseñar porque aprendía todo el tiempo. Y las cosas que aprendía eran los hechos de la vida, y no por necesidad sino porque quería hacerlo. 

Mientras dormías he estado contemplando esta carretera y este país..., ¡y ojalá fuera capaz de contarte los pensamientos que me han pasado por la cabeza!

Neal y Frank dormían, y yo estaba solo en mi eternidad al volante. 

Estar allí tumbado encima del coche, con la cara dirigida al negro cielo, era como estar dentro de un baúl cerrado en una noche de verano. Por primera vez en la vida el tiempo atmosférico no era algo que me afectase, que me acariciase, que me helase o me hiciese sudar, sino que el tiempo era yo mismo. La atmósfera y yo éramos una sola cosa. 
............
Kerouac, yo también te grito desde la ventana: no sabes lo que ha significado tu libro para mí. He vivido con él durante una larga temporada, ha supuesto un corte, una ruptura. Ahora lo miro, lo toco, lo poseo como un tesoro. Junto al de McCarthy (casualmente otra carretera) tu libro ha cambiado mi forma de mirar el mundo.
Estoy totalmente de acuerdo contigo en que sólo me interesan los locos de este mundo. Pero todos lo estamos, Jack, todos estamos más o menos locos. Creo que no he encontrado todavía una persona insustancial en mi vida. Nada más escarbar en alguien aparece un mundo interior por descubrir, por explorar. En ocasiones son grutas doradas, llenas de tesoros o de minerales preciosos. Asomarse al interior de una persona, a esa noche cerrada (...), noche secreta (...), noche sagrada, es algo que nos conecta con nosotros mismos, nos hace abrir los ojos y maravillarnos de nuestra existencia. Es algo metafísico. Algo trascendente. Es un privilegio otorgado, el sentarnos frente a frente con alguien, cruzados de piernas a comunicarnos de corazón a corazón

Qué vida la tuya sin miedo. TE ENVIDIO KEROUAC. Tu fluir.
Te he imitado en algunas ocasiones en esos viajes a velocidades imposibles. Aunque yo no saco la cabeza por la ventanilla.

P. D. Si seguís así vais a volveros locos, pero por favor mantenedme al corriente de lo que os sucede en el camino. Jack, mantenme al corriente.

[P. D. a los ajenos: Encontré a este hombre (des) equilibrista tratando sobre la Generación beatnik en la literatura, la música y el cine. Me ha orientado mucho leerlo.]

***   ***   ***  

Conocí conocí a Neal no mucho después de la muerte de mi padre...
I first met met Neal...
(Te leo las primeras líneas de En la carretera)

... y nadie, nadie sabe lo que va a pasarle a nadie, salvo que triste y fatalmente va a envejecer, y pienso en Neal Cassady, e incluso pienso en el Viejo Neal Cassady, el padre que jamás llegamos a encontrar, pienso en Neal Cassady, pienso en Neal Cassady...

(Y te leo las últimas, a ti que, a no ser que hicieras trampas, nunca pudiste leerlas)

Yo pienso en Jack Kerouac, Jack Kerouac...

Carta póstuma a Jack, Jack, Jack:
Queridísimo,
¡he tardado tanto en escribirte! Pero me acuerdo de ti cada día.
Te pienso en mi silencio. Pero a veces también me acuerdo de ti en el ruido. En esas ocasiones tu recuerdo me asalta como un dolor punzante, de repente, sin previo aviso. La muerte es SILENCIO. Con mayúsculas. Es silencio y frío. Es el abismo y la Nada. Cantada, por supuesto, por Nacho Vegas.
Pienso en la de cosas que te contaría, en la de sitios que me gustaría enseñarte, en que me des (en que me das) la mano, camerado. Mi imaginación en vuelo sin motor. Y yo intentando cogerla a lazo para atarla a un poste, como tú hiciste contigo mismo un día. Pienso en ti a cielo abierto. Cuando hay nubes. Cuando sólo se ven algunas estrellas.
Nunca te escribiré la carta perfecta. Nunca habrá una despedida en la que diga todo lo que quiera, lo que sienta. La vida ha orquestado esta función inverosímil de mala manera. Nunca (nunca digas nunca) lo hubiera imaginado. Los peores pronósticos se cumplieron.

Te pregunté como Allen a Cassady:
Luego Ginsberg le preguntó a Neal si era sincero, y, concretamente, si era sincero con él en el fondo de su corazón.
Tú me dijiste que sí y me hablaste del "asunto cebolla" y algo sobre unos llantos quinquenales. 

Creo firmemente en el alma de las personas y creo, también firmemente, que he visto una parte de la tuya. Yo te dejo aquí la mía, junto a la vergüenza de mi vida contemplada, mi pequeñez, mi Todo y mi Nada. Me quedo pensando en ti, en tus mil nombres, en cómo la vida nos cruzó en la carretera. Me quedo con tus cartas, con tus planes a medio plazo y tus canciones. Me reservo el "estoy contigo todo el rato". 
Yo sigo aquí. Mirando cómo te has ido. Buscando verte por algún sitio. Preguntándote dónde estás. Y te doy mi mano... para seguir juntos mientras la vida nos dure...

Camerado, I give you my hand!
I give you my love more precious than money, 
I give you myself before preaching or law;
Will you give me yourself? will you come travel with me?
Shall we stick by each other as long as we live?

Poema Canción del camino abierto en Hojas de hierba de Walt Whitman.


Sólo esto quedaba por decir. Cantar este himno en tu honor. Esta canción sagrada. Dejarla aquí para el juicio del mundo. Para la separación entre los que estén contigo o contra ti. [Lying out there like a killer in the sun / Hey I know it's late we can make it if we run... Yo prefiero Except roll down the window / and let the wind blow back your hair...]
Mando mi mensaje en una botella a las estrellas. Recíbelo tú, mi admirador circunspecto, mi juntaletras de bata blanca, mi amigo invisible, mi griego, mi Atreyu, mi Athos... mío y de todo el mundo. 
Pero sólo mi Jack, Jack, Jack.
P. D.  Eternidad. Siempre.