Sunday, April 07, 2013

Carta póstuma al Sr. Alexandre Dumas:

- Pero vos no sois de los nuestros - replicó Porthos.
- Es verdad - repuso d'Artagnan -; no tengo el uniforme, pero tengo el corazón de mosquetero. Sí, mi corazón es de mosquetero, y eso me infunde valor.

Querido Sr.,
cierro los ojos (casi mientras escribo) y pienso en sus personajes, tan reales para mí. Pienso en la presentación de cada uno, en cómo entran en la historia, en cómo usted los introduce. Pienso en los ratos que he vivido con ellos. Pienso en por qué he esperado tanto tiempo para leer su libro. En dónde he estado y qué he hecho con mi vida hasta aproximadamente ese mes de enero de 2013 en que decidí abandonar la versión electrónica en el lector que me había prestado la Biblioteca pública y lanzarme al papel de Los tres mosqueteros.
Pienso en Athos, como siempre...
Athos, capítulo aparte, ese núcleo central en torno al que gira su libro. Después de mis conversaciones sobre su obra, ya venía sobre aviso y con bastantes prejuicios, aunque fuesen positivos, sobre Athos - el que no tiene nombre de persona sino de montaña -, punto de encuentro y equilibrio de toda la historia y todos los personajes. 
De todos sus amigos, Athos era el de más edad y, por consiguiente, el que en apariencia debía diferenciarse más en gustos y en genio; y, sin embargo, sentía por él marcada predilección. El aire noble y distinguido de Athos; aquellas ráfagas de grandeza que brillaban de vez en cuando en la oscuridad a que voluntariamente se había reducido; aquella inalterable igualdad de carácter que hacía de él el compañero más tratable del mundo; aquella alegría aparente y mordaz; aquel valor que pudiera calificarse de ciego, a no ser el resultado de la mayor sangre fría; tantas cualidades inspiraban a d'Artagnan un sentimiento más elevado que el de la estimación y el de la amistad: la admiración.
No quiero hablarle de otra cosa (lo demás serán sólo "Pequeñeces, ¡ésas son no más que pequeñeces!", como la expresión favorita de Athos). Yo quiero ser como el conde de la Fère, tener una dejadez y una tranquilidad tal que deje pasar los 15 días que me resten para conseguir mi equipo de campaña porque será el Destino el que me lo proporcione y, si éste no me lo otorga, en vez de pegarme un tiro (algo contrario a mi Fe), liaré una bronca tal con todos los que encuentre hasta que alguno de ellos me de muerte.
- Polvo soy al polvo vuelvo. La vida está llena de humillaciones y dolores - prosiguió en tono cada vez más sombrío -: todos los hilos que la unen a la felicidad se van rompiendo sucesivamente en las manos del hombre, sobre todo los hilos de oro. ¡Oh, querido d'Artagnan! - continuó Aramis, tomando un ligero acento de amargura -. Creedme; ocultad vuestras llagas cuando las tengáis, pues el silencio es la última felicidad para los desgraciados; guardaos de confiar vuestros pesares a nadie; los que nos oyen se alimentan de nuestras lágrimas, como las moscas de la sangre de un animal herido.
Quedo sorprendida de la capacidad de d'Artagnan para batirse en duelo a la más mínima e insignificante oportunidad. En sus Tres mosqueteros, los hombres caen heridos o muertos como moscas. La misma habilidad tiene el gascón para enamorarse de cualquier mujer y amar a cada una con una parte de su cuerpo... (a madame Bonacieux con el corazón y a Milady con la cabeza). 
Unas mujeres que, como Milady, pese a tener tan solo "veintitantos" años, han tenido tiempo para acumular muchas experiencias y, sobre todo, mucha mucha maldad. Al fin y al cabo, como diría UNO, para ser malandrinas.
- ¿A quién buscáis? - exclamó.
- Buscamos - dijo Athos - a Ana de Breuil, que se tituló en un tiempo condesa de la Fère y después lady Winter, baronesa de Sheffield.
Esa mujer, Milady, capaz de entrar en las mentes de otros, de transformar sus pensamientos, de jugar con su imagen, de lanzar miradas de la mayor inocencia hallada en el mundo y de soltar llamaradas por sus ojos. Capaz de volverse loca y dejarse llevar por la ira. Capaz de pasar por encima de todos, sobre todo de los buenos. Capaz de apoyarse en otros para lanzarse, aunque los de abajo acaben aplastados. Capaz de engatusar a d'Artagnan, un pobre infeliz, inocente y engreído... pero lo peor, ¡lo peor de todo! Capaz de enamorar a Athos, que descubrió tarde una flor de lis en un hombro desnudo. 
Y vuelvo, porque yo quiero ser como Athos, que era optimista cuando se trataba de cosas, y pesimista cuando de personas. Que era enigmático, que se refugiaba en el silencio y en la bebida, que hablaba a su criado Grimaud con gestos, sin necesidad de derrochar palabras, de decir nada que no merezca ser dicho al aire. Que es fuente de consejo para todos, que siempre tiene su casa abierta para los demás. Que es respetado en su serenidad y en su fuerza. 
Cuando D'Artagnan llora sobre el cuerpo de madame Bonacieux, dice Athos:
- Amigo, sé hombre. Las mujeres lloran a los muertos; los hombres, las vengan.
Pienso en Athos, como siempre...

En el Athos que ha pasado fugazmente por mi vida. En aquel que me llevó a quitarle el polvo a este libro viejo de corte dorado. 
¡Hola, hola d'Artagnan! ¡Jura como tus hermanos! Devuelve a Athos los favores que te ha regalado. 
- Y ahora, caballeros - dijo d'Artagnan, sin tomarse la pena de explicar a Porthos su conducta -, todos para uno y uno para todos; ésta será nuestra divisa, ¿no es así?
- Sin embargo...- repuso Porthos.
- Extiende esa mano y jura - interrumpieron a la vez Athos y Aramis.
Dominado por el ejemplo, aunque refunfuñando, Porthos extendió la mano y los cuatro amigos repitieron a una la fórmula dictada por d'Artagnan:
- ¡Todos para uno y uno para todos!
Y usted, Dumas, que tuvo una vida apasionante. Usted, cuya misión en ella le fue manifestada después de ver una adaptación de Hamlet. Usted, que supo entonces lo que quería, que meditaba en los bosques, que gozaba, que amaba. Que a los 27 años triunfó con una obra que escribió en 2 meses. Que no tenía tiempo que perder...
... Devuelva el libro que se llevó en préstamo de la Biblioteca de Marsella. 
Suya, también Siempre. 

P. D. a los ajenos: En este blog con tan pocas visitas, una entrada con 233 visualizaciones extraña un poco. Sorprende y también avergüenza, porque creo que es el post más ininteligible que he escrito nunca. Por eso he revisado Carta póstuma a la Sra. Jean Rhys. Brindo, con vino de Burdeos, como Athos, por la nueva redacción!