Tuesday, August 28, 2007

Carta póstuma a Charlotte Brontë:

A usted que pasó por ser Currer Bell
En mi opinión los mejores escritores son los que logran provocar emociones y sentimientos en sus lectores. Y no el simple disfrute de la lectura como ocio, sino asombro, admiración, alegría y comprensión. Lograr una empatía con el personaje aunque no se den las mismas circunstancias personales es algo que hace agradecer el doble el placer de leer.
A veces la descripción de Jane Eyre se hace difícil de comprender. Achatada y menospreciada por ella misma, es una mujer valiente que no para ante las dificultades que para una mujer de su posición eran muchas.Confunde en el libro que a veces en su propia narración de los hechos pretéritos, comience a hablar en presente sin que tenga que ver con los diálogos. No se si eso responderá al estilo narrativo. Pero se agradece el discurso en primera persona. Realmente uno cree que es usted la que está contando su propia vida que, a decir verdad, tuvo muchas semejanzas con la novela.
Lo único que desagrada, o que al menos requeriría un ejercicio de tijera, es la parte en que Jane está con sus primos. De nuevo supone el comienzo de una historia, sin apenas nada que ver con la anterior y, a esas alturas, uno ya está deseando conocer el final.


P. D. a los ajenos: He leído la edición de Alba Clásica, con unas estupendas notas al pie de Carmen Martín Gaite. Pero recomiendo además la edición de Cátedra, Clásicos Universales, porque la biografía previa y los comentarios son muy aclaratorios y fáciles de leer...eso sí, después de la novela. Más información sobre Charlotte Brontë aquí.

Por último me gustaría dejar aquí algunos de los párrafos que han hecho que el libro me gustara tanto:

Refiriéndose a Helen que merienda excepcionalmente, junto a ella, con la señorita Temple:
Se le subió el alma a los labios, y sus palabras fluían de un manantial ignoto.

Refiriéndose al momento en el que cavila sobre el posible noviazgo del señor Rochester con Blanche:
Cuando me encontré de nuevo a solas, me puse a repasar los informes recibidos, me asomé al fondo de mi corazón para atisbar mis sentimientos y mis conjeturas, e intenté devolver con pulso firme al seguro redil del sentido común aquellos que se habían extraviado en demasía hacia el territorio sin caminos ni vallas de la imaginación.
Convocada ante mi propio tribunal, en primer lugar declaró la Memoria sobre los evidentes anhelos y esperanzas abrigados por mí la noche anterior y sobre el estado de ánimo que me embargaba desde hacía dos semanas; avanzó después la Razón, que prestó testimonio en el estilo sereno que el era habitual, Tras haberla escuchado narrar llanamente y sin aderezos cómo yo había huido de lo real para meterme en la boca del lobo de lo soñado, dicté sentencia en los siguientes términos:
Que nunca había llenado sus pulmones de aire una loca más rematada que Jane Eyre, ni idiota alguno, por fantasioso que fuera, se había llegado a atiborrar hasta tal punto de dulces quimeras, bebiéndose el veneno como si fuera néctar.

Refiriéndose a St. John cuando le regala una imagen de su “amada”, con la que pretende unirlo:

Él ya se había sentado ante la mesa donde había puesto el retrato y, con la cabeza apoyada entre las manos, se dedicaba a examinarlo apasionadamente. No se el notaba ofendido ni enfadado por mi atrevimiento; es más, me dio la impresión de que empezaba a suponer un alivio inesperado y placentero para él ver abierta la puerta para hablar con franqueza de un tema que tenía por inabordable, para discutirlo sin trabas. La gente reservada suele necesitar más que la expansiva dar rienda suelta a sus penas y sentimientos. El estoico más redomado es un ser humano, a fin de cuentas, y muchas veces se le hace un gran favor irrumpiendo con audacia y buena voluntad en el mar silencioso de su alma.