Tengo una doble sensación...aunque ahora me aflore el llanto. No recordaba esta sensibilidad desde...mi última lectura. Pero cada vez que ocurre me sorprende. Comenzar a leer su libro me pareció difícil. Tampoco lo he comprendido enteramente. Es un poema hecho prosa y hay muchas partes que se escapan a mi corto entendimiento para estas cosas.
Me gusta mucho este estilo: frases cortas, aisladas por puntos que encierran un gran significado. He marcado tantos pasajes que el libro ha doblado su volumen con tantas esquinitas de páginas señaladas...y lo peor...es que he olvidado copiarlos antes de devolverlo en la biblioteca...espero que el siguiente lector no me lo tenga en cuenta. De memoria, y con las lágrimas de la despedida de Estha todavía corriendo por mi cara, sólo puedo recordar algunas ideas sobre una fuente con un "amor-en-Tokio" y un tupé deshecho, los embajadores de "Dios-sabe-qué": I. Palo y E. Pelvis.
Debo agradecer su lectura a aquella persona que se acordó de citar este libro entre sus preferidos. No todas las sugerencias de los demás nos sirven pero en este caso el esfuerzo por continuar, la curiosidad por conocer los gustos de otras personas y la propia belleza progresiva del libro, me han ofrecido una preciosa lectura.
Echo en falta más traducciones de términos indios. Y se me hacen raras las rimas tan perfectas: me da por desconfiar de la fidelidad de la traducción. Y todo porque al principio pensé que el libro estaba escrito en...¿indio? No. Por fin descubrí que lo escribió en inglés.
El libro rebosa ternura por sus cuatro costados...y ahora me da por pensar si también lo hará en su idioma original. Lleno de inocencia y de amor PURO, como el de unos hijos que veneran a su madre.
Gracias señora Roy. Libros así, pese a la tragedia que narran, levantan el espíritu.
Jueves 10/07/2008
P. D. a los ajenos:
He recuperado el libro de las esquinitas dobladas. Con la venia del "Señor de la Propiedad Intelectual" paso a transcribir algunos párrafos (sólo para abrir boca):
Estha siempre había sido un niño callado, así que nadie pudo determinar con precisión el momento exacto (por lo menos el año, ya que no el mes ni el día) en que dejó de hablar. Simplemente, dejó de hablar; eso es todo. El hecho es que no hubo un "momento exacto". Había sido un asunto de reducción paulatina del negocio hasta llegar al cierre definitivo. Un ir quedándose callado apenas perceptible. Como si, sencillamente, se hubiese quedado sin tema de conversación y ya no tuviese nada más que decir. Además, el silencio de Estha nunca fue incómodo. Ni molesto. Ni llamativo. No era un silencio acusador, de protesta, sino más bien un aletargamiento, una inactividad, un equivalente psicológico de lo que hacen los peces dipneos para soportar la temporada de sequía, salvo que, en el caso de Estha, dicha temporada parecía que iba a durar eternamente.
Con el tiempo había adquirido la capacidad de mimetizarse con aquello que tuviese detrás (librerías, jardines, cortinas, puertas, calles) hasta parecer inanimado, casi invisible para un ojo inexperto. Normalmente, a los extraños les llevaba cierto tiempo reparar en él, incluso aunque se encontrasen en la misma habitación. Y tardaban aún más en darse cuenta de que nunca hablaba. Había quien ni siquiera lo advertía.
Estha ocupaba muy poco espacio en el mundo.
Y sólo un trozo más:
Entonces, para que Estha y Rahel tuvieran un sentido de la perspectiva histórica (...) les habló de la Señora Tierra. Les dijo que imaginaran que la Tierra - que tenía cuatro mil seiscientos millones de años - era una mujer de cuarenta y seis años, tan mayor, dijo, como la señorita Aleyamma, que les daba clases de malayalam. A la Señora Tierra le había llevado toda su vida convertirse en lo que era. Separar los océanos. Levantar las montañas. La Señora Tierra tenía once años, dijo Chacko, cuando aparecieron los primeros organismos unicelulares. Los primeros animales, criaturas como los gusanos y las medusas, no aparecieron hasta que tenía cuarenta años. Ya tenía más de cuarenta y cinco (de eso hacía apenas ocho meses) cuando los dinosaurios empezaron a deambular por su superficie.
Toda la civilización humana, tal y como la conocemos - les dijo Chacko a los gemelos-, comenzó hace apenas dos horas en al vida de la Señora Tierra. (...)
Chacko dijo que era algo sobrecogedor y una lección de humildad (...) pensar que toda la historia contemporánea, las Guerras Mundiales, la Guerra de los Sueños, el hombre en la Luna, la ciencia, la literatura, la filosofía, la búsqueda de conocimientos, no fueran más que un leve pestañeo de los ojos de la Señora Tierra.
- Y, por lo que respecta a nosotros, queridos míos, todo lo que somos o lo que podemos llegar a ser no será nunca más que un destello en los ojos de la Señora Tierra - dijo Chacko en tono grandilocuente, tumbado en la cama y con la mirada clavada en el techo.
Y, por no ofender más al "Señor de la Propiedad Intelectual", acabo aquí, aunque me encantaría contaros el pasaje en el que ven la película Sonrisas y lágrimas: es perfecto
Me gusta mucho este estilo: frases cortas, aisladas por puntos que encierran un gran significado. He marcado tantos pasajes que el libro ha doblado su volumen con tantas esquinitas de páginas señaladas...y lo peor...es que he olvidado copiarlos antes de devolverlo en la biblioteca...espero que el siguiente lector no me lo tenga en cuenta. De memoria, y con las lágrimas de la despedida de Estha todavía corriendo por mi cara, sólo puedo recordar algunas ideas sobre una fuente con un "amor-en-Tokio" y un tupé deshecho, los embajadores de "Dios-sabe-qué": I. Palo y E. Pelvis.
Debo agradecer su lectura a aquella persona que se acordó de citar este libro entre sus preferidos. No todas las sugerencias de los demás nos sirven pero en este caso el esfuerzo por continuar, la curiosidad por conocer los gustos de otras personas y la propia belleza progresiva del libro, me han ofrecido una preciosa lectura.
Echo en falta más traducciones de términos indios. Y se me hacen raras las rimas tan perfectas: me da por desconfiar de la fidelidad de la traducción. Y todo porque al principio pensé que el libro estaba escrito en...¿indio? No. Por fin descubrí que lo escribió en inglés.
El libro rebosa ternura por sus cuatro costados...y ahora me da por pensar si también lo hará en su idioma original. Lleno de inocencia y de amor PURO, como el de unos hijos que veneran a su madre.
Gracias señora Roy. Libros así, pese a la tragedia que narran, levantan el espíritu.
Jueves 10/07/2008
P. D. a los ajenos:
He recuperado el libro de las esquinitas dobladas. Con la venia del "Señor de la Propiedad Intelectual" paso a transcribir algunos párrafos (sólo para abrir boca):
Estha siempre había sido un niño callado, así que nadie pudo determinar con precisión el momento exacto (por lo menos el año, ya que no el mes ni el día) en que dejó de hablar. Simplemente, dejó de hablar; eso es todo. El hecho es que no hubo un "momento exacto". Había sido un asunto de reducción paulatina del negocio hasta llegar al cierre definitivo. Un ir quedándose callado apenas perceptible. Como si, sencillamente, se hubiese quedado sin tema de conversación y ya no tuviese nada más que decir. Además, el silencio de Estha nunca fue incómodo. Ni molesto. Ni llamativo. No era un silencio acusador, de protesta, sino más bien un aletargamiento, una inactividad, un equivalente psicológico de lo que hacen los peces dipneos para soportar la temporada de sequía, salvo que, en el caso de Estha, dicha temporada parecía que iba a durar eternamente.
Con el tiempo había adquirido la capacidad de mimetizarse con aquello que tuviese detrás (librerías, jardines, cortinas, puertas, calles) hasta parecer inanimado, casi invisible para un ojo inexperto. Normalmente, a los extraños les llevaba cierto tiempo reparar en él, incluso aunque se encontrasen en la misma habitación. Y tardaban aún más en darse cuenta de que nunca hablaba. Había quien ni siquiera lo advertía.
Estha ocupaba muy poco espacio en el mundo.
Y sólo un trozo más:
Entonces, para que Estha y Rahel tuvieran un sentido de la perspectiva histórica (...) les habló de la Señora Tierra. Les dijo que imaginaran que la Tierra - que tenía cuatro mil seiscientos millones de años - era una mujer de cuarenta y seis años, tan mayor, dijo, como la señorita Aleyamma, que les daba clases de malayalam. A la Señora Tierra le había llevado toda su vida convertirse en lo que era. Separar los océanos. Levantar las montañas. La Señora Tierra tenía once años, dijo Chacko, cuando aparecieron los primeros organismos unicelulares. Los primeros animales, criaturas como los gusanos y las medusas, no aparecieron hasta que tenía cuarenta años. Ya tenía más de cuarenta y cinco (de eso hacía apenas ocho meses) cuando los dinosaurios empezaron a deambular por su superficie.
Toda la civilización humana, tal y como la conocemos - les dijo Chacko a los gemelos-, comenzó hace apenas dos horas en al vida de la Señora Tierra. (...)
Chacko dijo que era algo sobrecogedor y una lección de humildad (...) pensar que toda la historia contemporánea, las Guerras Mundiales, la Guerra de los Sueños, el hombre en la Luna, la ciencia, la literatura, la filosofía, la búsqueda de conocimientos, no fueran más que un leve pestañeo de los ojos de la Señora Tierra.
- Y, por lo que respecta a nosotros, queridos míos, todo lo que somos o lo que podemos llegar a ser no será nunca más que un destello en los ojos de la Señora Tierra - dijo Chacko en tono grandilocuente, tumbado en la cama y con la mirada clavada en el techo.
Y, por no ofender más al "Señor de la Propiedad Intelectual", acabo aquí, aunque me encantaría contaros el pasaje en el que ven la película Sonrisas y lágrimas: es perfecto
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